La
vida es un regalo
Ayer me caí de la bicicleta y hoy
cumplí 30 años. Ambos momentos (de seguro) el mundo no los recordará, pero yo
sí. Los dolores y los festejos se registran por igual en mi memoria llena de
cicatrices.
Repasando las fotografías que
guardo en una caja de galletas, separo algunas que (de seguro) colocaré en un
álbum. Veo a mi madre veinteañera con un overol azul para embarazadas, Bello
rostro y pelo corto. Allí dentro de Teresa, estoy yo, y sí, hasta ahora parece
que necesito de su protección. También observo en otro momento a mi padre: bigote
oscuro, sonrisa a la cámara y en brazos un bebe de escasos pelos rojos, su
primer hijo. Y sí, César Alberto Venero López todavía me abraza cada vez que me
despido. Ellos (policías ambos) me han regalado cariños y regaños todos estos
años. Chambaza ardua que se agradece harto.
Conservo pocos retratos junto a
mis hermanos. La culpa es mía, nunca he sido “ese hermano mayor” del cual que
se enorgullecerían. Me asilé en el cariño medido, y me cuesta escribir que con
Christian y Diego compartimos apellidos pero no complicidad. Saldo pendiente
que (de seguro) se pagará con intereses en el largo plazo.
Rebuscando en cajones encuentro
hojas sueltas donde hay dibujos y escritos con pésima caligrafía. (De seguro)
que aspiraban a ser un diario, otro proyecto trunco en tres décadas de
reproches. Son de los primeros años de mi estadía en Cusco. Tengo que
admitirlo: llegar a esta ciudad me cambió radicalmente. Aquí me liberé de
muchos prejuicios. Aquí fundé cineclubes demoliendo temores. Aquí conocí el
amor y el rechazo desde otros cuerpos. Aquí me ha costado mucho no caer en río
desbordado de la hipocresía. Pero, sobretodo, aquí aprendí a querer y valorar
mejor mi pelirrojo semblante.
Esta computadora también guarda
imágenes, y antes que un virus las destruya, las almaceno en mi memoria (de
seguro) con cada pestañeo. Lo bueno de ser cinéfilo es que el consumo
vitamínico de películas te da una memoria visual envidiable. “Ese rostro lo
recuerdo pero no sé como diablos te
llamas” debo haber pensado en más de una ocasión mientras conversaba con
alguien al trote. Comienzo a sospechar entonces por qué en mi archivo “Favoritos”
están: 1.Enceguecerme de momentos cinematográficos (de esos que ves proyectados
o que te sorprenden en la calle o en el hogar) 2.Caminar distraído (excusa
perfecta contra las acusaciones de “sobrado” que se endilgan) y 3.Especializarme
en el problemático arte de “hablar antes de pensar”. Sobre esto último, tengo
que confesar que he sido un damnificado más de mis propias palabras.
Por mi curiosidad y empleos he
conocido muchas personas a lo largo de este camino. Algunos han bloqueado el
tránsito, otros pocos han cobrado “peaje”. Otros, sin embargo, me señalaron los
atajos y construyeron puentes conmigo. No son muchos pero son. Y fácil habré
peleado con la mitad. Pasu, mis amigos (que se pueden contar con los dedos de la
mano) tienen una capacidad de resistencia admirable. No son locos. Para mí son
superhéroes.
Traté de evitar los clichés
pero me vencen en el párrafo final: no puedo dejar de pensar “que la vida es un
regalo” y que por eso hay que estar agradecidos. Bueno, creo que más bien somos
nosotros los que nos entregamos de a poquitos a esta vida pasajera. Entregamos
tiempo, recuerdos y rencores. Obsequiamos carisma, olores y sentimientos. Ojo,
no hay que arrepentirse cuando ya no hay nada que ofrecer. Caballero nomás.
Seguro que aprenderás como yo, que de esos dolores y festejos nos envolvemos
con cada respiro de nostalgia.
César Alberto Venero
Torres
Cusco, sábado 17 de
agosto del 2013.
Foto: Héctor del Castillo
Caricatura:
Roberto Ojeda Escalante