domingo, agosto 25, 2013

Te regalo mi vida



La vida es un regalo

Ayer me caí de la bicicleta y hoy cumplí 30 años. Ambos momentos (de seguro) el mundo no los recordará, pero yo sí. Los dolores y los festejos se registran por igual en mi memoria llena de cicatrices.

Repasando las fotografías que guardo en una caja de galletas, separo algunas que (de seguro) colocaré en un álbum. Veo a mi madre veinteañera con un overol azul para embarazadas, Bello rostro y pelo corto. Allí dentro de Teresa, estoy yo, y sí, hasta ahora parece que necesito de su protección. También observo en otro momento a mi padre: bigote oscuro, sonrisa a la cámara y en brazos un bebe de escasos pelos rojos, su primer hijo. Y sí, César Alberto Venero López todavía me abraza cada vez que me despido. Ellos (policías ambos) me han regalado cariños y regaños todos estos años. Chambaza ardua que se agradece harto.

Conservo pocos retratos junto a mis hermanos. La culpa es mía, nunca he sido “ese hermano mayor” del cual que se enorgullecerían. Me asilé en el cariño medido, y me cuesta escribir que con Christian y Diego compartimos apellidos pero no complicidad. Saldo pendiente que (de seguro) se pagará con intereses en el largo plazo.

Rebuscando en cajones encuentro hojas sueltas donde hay dibujos y escritos con pésima caligrafía. (De seguro) que aspiraban a ser un diario, otro proyecto trunco en tres décadas de reproches. Son de los primeros años de mi estadía en Cusco. Tengo que admitirlo: llegar a esta ciudad me cambió radicalmente. Aquí me liberé de muchos prejuicios. Aquí fundé cineclubes demoliendo temores. Aquí conocí el amor y el rechazo desde otros cuerpos. Aquí me ha costado mucho no caer en río desbordado de la hipocresía. Pero, sobretodo, aquí aprendí a querer y valorar mejor mi pelirrojo semblante.

Esta computadora también guarda imágenes, y antes que un virus las destruya, las almaceno en mi memoria (de seguro) con cada pestañeo. Lo bueno de ser cinéfilo es que el consumo vitamínico de películas te da una memoria visual envidiable. “Ese rostro lo recuerdo pero no sé  como diablos te llamas” debo haber pensado en más de una ocasión mientras conversaba con alguien al trote. Comienzo a sospechar entonces por qué en mi archivo “Favoritos” están: 1.Enceguecerme de momentos cinematográficos (de esos que ves proyectados o que te sorprenden en la calle o en el hogar) 2.Caminar distraído (excusa perfecta contra las acusaciones de “sobrado” que se endilgan) y 3.Especializarme en el problemático arte de “hablar antes de pensar”. Sobre esto último, tengo que confesar que he sido un damnificado más de mis propias palabras.

Por mi curiosidad y empleos he conocido muchas personas a lo largo de este camino. Algunos han bloqueado el tránsito, otros pocos han cobrado “peaje”. Otros, sin embargo, me señalaron los atajos y construyeron puentes conmigo. No son muchos pero son. Y fácil habré peleado con la mitad. Pasu, mis amigos (que se pueden contar con los dedos de la mano) tienen una capacidad de resistencia admirable. No son locos. Para mí son superhéroes.
    
Traté de evitar los clichés pero me vencen en el párrafo final: no puedo dejar de pensar “que la vida es un regalo” y que por eso hay que estar agradecidos. Bueno, creo que más bien somos nosotros los que nos entregamos de a poquitos a esta vida pasajera. Entregamos tiempo, recuerdos y rencores. Obsequiamos carisma, olores y sentimientos. Ojo, no hay que arrepentirse cuando ya no hay nada que ofrecer. Caballero nomás. Seguro que aprenderás como yo, que de esos dolores y festejos nos envolvemos con cada respiro de nostalgia.

César Alberto Venero Torres
Cusco, sábado 17 de agosto del 2013.  



Foto: Héctor del Castillo
Caricatura: Roberto Ojeda Escalante