En http://esepequenosalvaje.blogspot.com/ acabamos de leer CUSCO BIZARRO (2008), esa graciosa guía sobre la ciudad imperial. Su autora María Luisa del Río (que hace las entrevistas de la antepenúltima página en la revista Somos) conoció gente y lugares asombrosos que nosotros habíamos olvidado o simplemente ignorábamos.
Si pueden, comprenla rápido porque se agota.
Recomendación: Chequen el mail del cachaciento Beto Ortiz, los secretos de la Merced y las notas sobre Jesús la Torre y Félix Luna.
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Por ahora los dejamos con dos chiquitas:
Pág. 136/137
La galería de los potos
Manzana verde
Cuando llegué a este lugar, la noche del 13 de setiembre de 2007, pensé que era la fiesta voyerista más desinhibida de toda la historia del arte cusqueño. Ocurrió en el departamento del artista plástico Braddy Romero, paredes llenas de obra de arte y fotografías. Braddy, pintor de rasgos orientales, y Einar Jiménez, fotógrafo, montaron una exposición-venta donde los cuadros fueron lo de menos. Todo el mundo miraba, fotografiaba y casi tocaba los potos de unas modelos argentinas guapas, contratadas para desfilar en el evento. Yo llegué a este lugar porque, en pleno invierno, encontré por las calles de Cusco unos afiches donde decía “Bikini Fashion Week”, salía una rubia de espalda en hilo dental, debajo ponían una lista de los eventos (…) para los que había que pagar, y una fiesta VIP, para la que había mandar un mail diciendo quien era uno. Les escribí y me llegó una respuesta de Braddy, invitandome a la inauguración de la galería de arte Manzana Verde en Wanchaq. Una vez ahí, ya lo he dicho, desfilaron delante de mí y de decenas de hombres, potos y más potos de varias modelos argentinas y una ecuatoriana que se cambiaban en un baño decorado como camerino de desfiles e iban saliendo, sacando poto, posando. Obviamente nadie miraba los cuadros, ni yo.
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La galería de los potos
Manzana verde
Cuando llegué a este lugar, la noche del 13 de setiembre de 2007, pensé que era la fiesta voyerista más desinhibida de toda la historia del arte cusqueño. Ocurrió en el departamento del artista plástico Braddy Romero, paredes llenas de obra de arte y fotografías. Braddy, pintor de rasgos orientales, y Einar Jiménez, fotógrafo, montaron una exposición-venta donde los cuadros fueron lo de menos. Todo el mundo miraba, fotografiaba y casi tocaba los potos de unas modelos argentinas guapas, contratadas para desfilar en el evento. Yo llegué a este lugar porque, en pleno invierno, encontré por las calles de Cusco unos afiches donde decía “Bikini Fashion Week”, salía una rubia de espalda en hilo dental, debajo ponían una lista de los eventos (…) para los que había que pagar, y una fiesta VIP, para la que había mandar un mail diciendo quien era uno. Les escribí y me llegó una respuesta de Braddy, invitandome a la inauguración de la galería de arte Manzana Verde en Wanchaq. Una vez ahí, ya lo he dicho, desfilaron delante de mí y de decenas de hombres, potos y más potos de varias modelos argentinas y una ecuatoriana que se cambiaban en un baño decorado como camerino de desfiles e iban saliendo, sacando poto, posando. Obviamente nadie miraba los cuadros, ni yo.
MUERDE LA MANZANA
Huaynacapac 184, Wanchaq
Carmen Alto 202. San Blas.
084-984782187
http://www.manzanaverde.net/
Pág. 218 / 219
Edwin Chávez, el reciclador
Queremos tanto a Edwin
Este hombre recicla, pinta, toma fotos, estudia las imágenes y estética de los incas. Su casa huele a hoja de coca y a chicha. Su padre era un arqueólogo puneño y su madre, una mujer cusqueña muy artista. Edwin me enseña una foto de 1942 de un grupo de hombres que rodea a Julio César Tello, tomada el día del descubrimiento de Wiñaywayna, una de las sorprendentes ruinas que conducen a Machu Picchu por el Camino Inca. Su padre, Manuel Chávez Ballón, es uno de eso hombres y en la foto se le ve vestido con una chaqueta de rombos, pantalón bombacho y unas botas hasta la rodilla, unas que Edwin todavía conserva. Edwin Chávez es un artista del reciclaje, un hombre generoso que no bota nada, un pintor, escultor y dibujante que te recibe en su inmensa casa taller cualquier día, a cualquier hora. Un hombre sencillo que organiza chichadas una vez al mes, con chicha de jora que él mismo prepara, y que deja un letrero escrito en quechua con plumón, en la puerta de su casa, cuando por alguna razón no va a cumplir con su compromiso. Un cusqueño puneño, un quechua aimara, una fusión perfecta.
Edwin es un poeta contra el TLC y la globalización, un defensor de la hoja de coca. Pero nada de esto me lo ha dicho él, un hombre muy sencillo para hacer una definición tan sofisticada de sí mismo. Sin embargo, su perfil salta a la vista, está en sus paredes, en su arte, en los eventos para los que presta su acogedora casona en medio de una calle totalmente comercial que se parece mucho al jirón Gamarra, de Lima.
Edwin me enseña una hermosa guitarra de curvas imperfectas, la bandera del Tahuantinsuyo, vírgenes, cuadros, mascaras puneñas, mantas, una calabaza gigante sobre la mesa, fotos en blanco y negro, toritos de Pucará.
De niño vivió ocho años dentro de Machu Picchu, gracias a su padre que era cuidante del museo de sitio.
“Este es mi altar ego”, me dice riéndose y me enseña el cráneo de su ex gato entre huayruros y dedales. También tiene una botella vestida con la camiseta de Ccahuantico –el único jugador cusqueño del Cienciano, o uno de los pocos, según Edwin-, un caballito de totora, una tetera antigua para el té piteado (piteado porque sonaba) mezclado con cañazo, y un barquito chileno de hojalata. Detrás de él, en el sofá de su sala, está la imagen del señor de Huanca: se trata de un retablito con su chica superpoderosa detrás. Edwin mezcla todo. Un gato negro me sigue a todos lados y se queja cuando me lo quito de encima para caminar por la casa y ver otras cosas. Se llama Mashu Mishi, gato murciélago.
Edwin Chávez, el reciclador
Queremos tanto a Edwin
Este hombre recicla, pinta, toma fotos, estudia las imágenes y estética de los incas. Su casa huele a hoja de coca y a chicha. Su padre era un arqueólogo puneño y su madre, una mujer cusqueña muy artista. Edwin me enseña una foto de 1942 de un grupo de hombres que rodea a Julio César Tello, tomada el día del descubrimiento de Wiñaywayna, una de las sorprendentes ruinas que conducen a Machu Picchu por el Camino Inca. Su padre, Manuel Chávez Ballón, es uno de eso hombres y en la foto se le ve vestido con una chaqueta de rombos, pantalón bombacho y unas botas hasta la rodilla, unas que Edwin todavía conserva. Edwin Chávez es un artista del reciclaje, un hombre generoso que no bota nada, un pintor, escultor y dibujante que te recibe en su inmensa casa taller cualquier día, a cualquier hora. Un hombre sencillo que organiza chichadas una vez al mes, con chicha de jora que él mismo prepara, y que deja un letrero escrito en quechua con plumón, en la puerta de su casa, cuando por alguna razón no va a cumplir con su compromiso. Un cusqueño puneño, un quechua aimara, una fusión perfecta.
Edwin es un poeta contra el TLC y la globalización, un defensor de la hoja de coca. Pero nada de esto me lo ha dicho él, un hombre muy sencillo para hacer una definición tan sofisticada de sí mismo. Sin embargo, su perfil salta a la vista, está en sus paredes, en su arte, en los eventos para los que presta su acogedora casona en medio de una calle totalmente comercial que se parece mucho al jirón Gamarra, de Lima.
Edwin me enseña una hermosa guitarra de curvas imperfectas, la bandera del Tahuantinsuyo, vírgenes, cuadros, mascaras puneñas, mantas, una calabaza gigante sobre la mesa, fotos en blanco y negro, toritos de Pucará.
De niño vivió ocho años dentro de Machu Picchu, gracias a su padre que era cuidante del museo de sitio.
“Este es mi altar ego”, me dice riéndose y me enseña el cráneo de su ex gato entre huayruros y dedales. También tiene una botella vestida con la camiseta de Ccahuantico –el único jugador cusqueño del Cienciano, o uno de los pocos, según Edwin-, un caballito de totora, una tetera antigua para el té piteado (piteado porque sonaba) mezclado con cañazo, y un barquito chileno de hojalata. Detrás de él, en el sofá de su sala, está la imagen del señor de Huanca: se trata de un retablito con su chica superpoderosa detrás. Edwin mezcla todo. Un gato negro me sigue a todos lados y se queja cuando me lo quito de encima para caminar por la casa y ver otras cosas. Se llama Mashu Mishi, gato murciélago.
MÁS SOBRE EDWIN CHÁVEZ
Fue a Bellas Artes de Cusco, donde estudió pintura. En los años 80 trabajó en un proyecto arqueológico en Michigan, como dibujante, donde aprovechó para estudiar Arte y Estética como alumno libre.
Tres Cruces de Oro 380, Cusco.
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